Acuerdos efectivos


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Florencio Salazar Adame

 

El viernes pasado participé en la presentación del libro Negociación política en democracia: diez prácticas efectivas*, de Mara I. Hernández, Fabricio Brodziak y José del Tronco. El acto fue organizado por el diputado Alfredo Sánchez Esquivel en la Biblioteca Sentimientos de la Nación del Congreso del Estado. También intervinieron el doctor Antonio Cervantes Núñez y la doctora Hernández, coautora de la obra.

Se enfoca el texto en las negociaciones efectivas parlamentarias y presenta estudios de caso sobre cómo alcanzar acuerdos; el Pacto por México, por ejemplo. “Ni mandado a hacer”, diríamos coloquialmente, pues su presentación ocurre cuando el legislativo guerrerense parece estancarse ante la ruptura de acuerdos y la imposibilidad inmediata de tener nuevos arreglos.

El Congreso es el poder político por excelencia, por su pluralidad, exposición de ideas, acuerdos entre las partes y su influencia determinante en el entarimado jurídico. Además, porque los legisladores son, por definición, políticos profesionales. Y siendo la principal función de la política la gestión del conflicto, alcanzar acuerdos es fundamental.

Los representantes populares responden al interés de sus partidos; pero advertimos que los valores programáticos y partidistas se difuminan para dar paso al protagonismo personal y a no pocas ocurrencias, con el riesgo de fragmentación de los propios grupos parlamentarios. Estas condiciones hacen más difícil alcanzar acuerdos, lo cual contribuye a alejar al ciudadano de la política y de los partidos.

Para alcanzar la negociación efectiva, debe ubicarse el interés de las partes a fin de alcanzar acuerdos satisfactorios, que sean “estables en el tiempo y legítimos frente a los representados”. Se necesita para ello diálogo de calidadseñala Hernández citando a Jurgen Habermas. Si bien no pasa por alto que “este tipo de conversación es más la excepción que la regla en el contexto mexicano”.

Se desprende, pues, que no es suficiente ser político profesional para actuar como exitoso gestor del conflicto, sino también la importancia de profesionalizar al político. Es decir, a la vocación debe sumarse el conocimiento y lo que ello asume: información, análisis de contexto, intereses propios y ajenos. En cualquier régimen democrático los ciudadanos tienen derecho a ser electos, pero no todos los elevados por el sufragio son políticos de profesión y menos profesionales. Los primerizos están obligados a aprender con rapidez y disponer de asesores prudentes que les ayuden a encontrar el hilo a la hebra.

Negociación política en democracia: diez prácticas efectivas es un libro de fácil lectura, didáctico, sin academicismos que lo oscurezcan, tampoco es un ladrillo. Lleva de la mano al lector sobre el proceso de negociación: con enfoque de ganar-ganar (ganan todos), se sostiene en el trípode virtuoso, poder, diálogo e inclusión. El poder convoca, el diálogo es principio y medio y la inclusión da sentido al acuerdo.

Diez prácticas para una negociación efectiva recomiendan los autores. Siendo todas de tomar en cuenta, señalo las de más relevancia: Analizar el contexto e identificar a los actores claves, ubicar interlocutores confiables y ser confiable, fomentar la comunicación entre instancias decisorias, trabajar con expertos y buscar soluciones donde todos ganen. Es primordial identificar el interés de cada uno de los posibles componentes.

A estas prácticas hay que agregar tres elementos sustantivos para alcanzar acuerdos efectivos: honestidad en la negociación, confianza antes, durante y después de los acuerdos y honrar la palabra. Estas condiciones son indispensables entre parlamentarios que todo el tiempo tienen la necesidad de obtener acuerdos, pues de otra manera el resultado será la improductividad.

Los disensos entre los parlamentarios con frecuencia tienden a poner actores del otro lado del puente, establecer distancia; el hecho no es definitivo, permite, en cualquier momento, recuperar el diálogo. Problema cuando en lugar de distancia hay ruptura; ya que significa dinamitar el puente. El legislador debe mantener claramente esa imagen: distancia sí, ruptura no.

Lo anterior no significa que en todo y por todo deba buscarse el resultado de ganar-ganar. El peso de la mayoría permite imponer su influencia, su poder. Pero ésta se justifica ante una minoría obstructiva, dueña y señora del no. Pero hay iniciativas de ley, como las referentes a reformas electorales, que requieren el consenso para que las posibles leyes sean además de legales, legítimas.

En ciertos procesos legislativos la minoría puede tener una influencia mayor; levantarse de la mesa significará un descalabro al liderazgo de la mayoría al exponer su falta de sensibilidad, sentido de oportunidad, capacidad de maniobra, visión de estado, de desconocer o ignorar límites y alcances. La mayoría no puede imponerse a como dé lugar, pues su comportamiento autoritario la alejaría de la esencia del parlamento: acuerdos políticamente efectivos.

“Un interlocutor confiable cumple sus acuerdos construye una reputación”, dicen los autores. Y ello exige escuchar mutuamente las diferencias, no filtrar nada a los medios, evitar ataques y descalificaciones personales, cabildear los acuerdos y honrar la palabra (Hernández). La diferencia entre el político y el grillo es tan visible como un camello. Siguiendo conocida frase, el grillo engaña a muchos un tiempo, a algunos un poco de tiempo y a nadie todo el tiempo.

La pésima imagen que tenemos los políticos y los partidos ante el ciudadano obedece en buena medida a la falta de resultados. Represtigiar la política es igual de complejo que realizar los ocho trabajos de Hércules. Nada fácil, pero los actos simples y transparentes arrojan credibilidad y confianza. La confianza puede destruirse en un momento y es de difícil recuperación.

El desacuerdo suele ser espectacular. El acuerdo, en cambio, exige paciencia, discreción y oxigena la vida democrática. De eso se trata.

Fuente: El Sur