El elefante y el político


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Florencio Salazar Adame

El gran problema de la política es acertar a designar los más aptos, los más dignos, los más capaces. Manuel Azaña

Hace algunos años escuché que los políticos deberían ser como los elefantes: tener excelente memoria, buen oído, olfato desarrollado, mucho colmillo, piel gruesa, cola corta, ser demoledores en el ataque y, agrego, pisar fuerte. Los atributos del paquidermo harían al político casi perfecto.

Excelente memoria. Recordar pasajes, personas, conductas, decisiones, lecturas e historia. El conocimiento no es para almacenarse en archivos muertos. Tiene el fin de reconocer aciertos y errores, propios y ajenos, reales y ficticios. Las amenazas, por ejemplo, siempre colocan en riesgo; es prudente, sin embargo, distinguir de la amenaza directa, que puede tener efectos inmediatos; de la indirecta, suministrada en pequeñas dosis, como a los envenenados de las novelas de Agatha Christie. Para bien y para mal, conocer comportamientos de otros en circunstancias similares, como recomienda Azorín.

Buen oído. Escuchar el trote, como decía Ruíz Massieu. Advertir lo que viene y no solo lo que se dice. Distinguir entre el rumor malicioso y la divulgación de la mentira. Saber escuchar permite conocer la verdad de los hechos. Confiar en personal veraz que diga lo que se comenta en la calle y opine sin temor a la molestia. Conocer los registros de la voz y observar los gestos del que habla, pues las mismas palabras tienen distintos significados por la forma en que se expresan. Oír bien es una de las mejores formas de obtener información y formular buenos juicios.

Olfato desarrollado. Significa un importante recurso personal para prever oportunidades y problemas. Equivaldría al futbolista que advierte la jugada contraria, el espacio que se va a abrir y anticiparse para meter gol. También, evitar  trampas, tan sofisticadas, que puedan ser imperceptibles. Una selfie con personas impresentables, conversaciones imprudentes, asistencia a eventos poco recomendables y acuerdos degradantes, serían igual a carecer de la posibilidad de otear, de mirar de lejos. Es ruta inevitable al fracaso.

Mucho colmillo. Es experiencia con malicia a fin de advertir la malicia ajena. Permite la esgrima intelectual para evitar la estocada y devolver los golpes sin perder las buenas maneras. Identifica la oportunidad y el momento de guardarse. Ir a la vanguardia simulando estar en la retaguardia. Cuando don Adolfo Ruiz Cortines acudía a acuerdo con el Presidente Alemán llegaba a la antesala desgarbado, sin arrestos. Le decían el viejito, sin considerarlo como posible Presidente de la República. Su aparente debilidad le quitó enemigos y lo ayudó a triunfar.

Piel gruesa. El político es el profesional destinado a ejercicio del poder, por ello atrae la atención y no pocas envidias. Sus actos son objeto de permanente escrutinio y crítica. La crítica va desde el chisme malévolo hasta la calumnia y, aunque escasa, también a la observación constructiva; por lo tanto debe sopesar a cuales ignorar o reconocer. Generalmente, la mayoría de las críticas son incómodas por molestas u ofensivas, pero a todas se debe resistir; ello no significa aceptar y menos enmudecer, cuidando actuar en su lugar y momento. Una cosa es tener músculo y otra embestir ante cualquier trapo rojo. Responder al ataque tiene que ver con el sistema de pesos y medidas. Sin coraza ni ponderación no hay político que sobreviva.

Demoledores en el ataque. Hasta la fatiga se sabe que el fin de la política es la solución del conflicto y que el acuerdo, la negociación, son necesariamente recursos para su desempeño. Tampoco se ignora la ferocidad de la lucha política. No obstante que el político dirige sus actos –o debe dirigirlos– hacia la mejoría social, la rivalidad hará lo posible por hacerle caer. Tender puentes, buscar arreglos y hacer pactos no son signos de debilidad sino de prudencia. Sólo la tenacidad contumaz y perversa merece respuestas contundentes, de modo que el adversario sepa que “por cada golpe que mande recibirá 10 de regreso”.

Cola corta. El patrimonialismo político es uno de los vicios de quienes administran los recursos públicos como si fueran propios. Al transitar por terrenos pantanosos el político debe limpiarse en el primer estanque que encuentre, como aconseja Enrique González Pedrero. El poder está lleno de tentaciones y, sin hacer proclamas de santidad, debe corregir errores evitando su acumulación. El desprestigio no lo borra el dinero ni la influencia. El vendedor de silencios, novela biografiada sobre Carlos Denegri, de Enrique Serna, es ilustrativa.

Pisar fuerte. El político no usa zapatillas de ballet. Se caracteriza por la acción, por la toma de decisiones. En momentos definitorios debe ser contundente, ocultar sus temores y actuar con firmeza. El medroso, el queda bien, el que desea navegar simultáneamente en dos aguas, termina mal con todos. Nadie sigue al timorato o al mediocre, al desleal o al oportunista, salvo  sus iguales. El líder no busca la corona de las simpatías sino el reconocimiento a sus buenos resultados, por eso “el político debe tener carácter, pero no mal carácter”. Aun escucho las palabras del ex gobernador Caritino Maldonado: “Hay que hacer las cosas en grande, hasta los errores”. Hasta los errores, en tanto sean resultado del riesgo.

Más allá de estas reflexiones empíricas, existen estudios disponibles sobre los atributos del político. Algunas investigaciones arrojan que “las cinco características más importantes eran: contar con habilidades técnicas, mostrar cercanía social, apoyar tareas grupales, estar motivado y tener habilidades sociales e interpersonales”. También dos características “por encima de todas: la honradez y la sinceridad”. A las cuales se suman “la moral, la posesión de conocimientos, ser inspirador, contar con liderazgo fuerte y ser alguien que realmente se preocupe de la gente como tú”. (El oficio del político, Manuel Alcántara Sáez, Tecnos, Madrid. 2013).

Los políticos han sobrevivido a todas las circunstancias enfrentadas por el ser humano, como ente social. Vienen de lejos. Para seguir existiendo deben adaptarse a los cambios, reformar formas y usos. Ocupar todas sus facultades con el propósito de conocer las condiciones presentes y suponer los tiempos futuros. El conjunto de recursos de los elefantes podrían concentrarlos en la llamada sensibilidad política, un aprendizaje de vida.