Del anecdotario de: Ángel Aguirre Rivero


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Aquella vez pasé a la oficina del ingeniero Carlos Slim a revisar algunos temas y proyectos sobre Guerrero.

Al término de la reunión, me hizo la invitación para que fuéramos a comer al restaurant Winston Churchill, relativamente cerca de su oficina.

Bajamos hasta el sótano para abordar nuestros vehículos.

–¿Gobernador, te vas conmigo?

–¡Claro, Carlos!

El ingeniero se puso al volante y me invitó a irme a su lado.

–Llevas chofer de lujo gobernador.

–Sin duda, querido Carlos.

Se trataba de un auto Mercedes Benz, viejito, tal vez de los 60 o 70…

En perfectas condiciones, impecable. En el trayecto nos fuimos conversando y le pregunté:

–¿Cuándo conociste el mar por primera vez? –Cuando visité Veracruz

–me contestó–, a mi padre le agradaba mucho visitar el puerto jarocho, pero después me enamoré de Acapulco, el cual visitaba con mis amigos cada vez que podíamos en fines de semana.

Me mostró el primer edificio de departamentos que construyó con la ayuda de su madre.

Ya en el restaurante, nos encontramos a una de las cantantes que yo más admiro desde muy joven: Guadalupe Pineda, con quien se saludaron con mucha familiaridad.

En la sobremesa me mostró una fotografía de su boda, donde pude percibir el gran amor que le profesaba a su compañera de toda la vida: Soumaya Pedimos la cuenta y le ofrecí pagarla.

–No, de ninguna manera, yo te invité

–me dijo.

El capitán de meseros regresó a los pocos minutos para decirle al ingeniero: “Su tarjeta no pasa”.

–¿Cómo? Nos atacamos de la risa. –Sí ingeniero, ¡¡es que su tarjeta no está firmada!! –¡Ja, ja, ja!…

La vida es así.